Como electrones orbitando en un estado puro te veo hundiendo las galletas en un vaso de leche. Las hondas que produce la lactosa se reflejan en tu rostro y yo, como una observadora que da existencia de tu mundo, vivo en tu universo de participación. Experimentando pequeños saltos de energía con la que me gratificas mientras absorbo parte de la radiación que consigues emitir hasta que vuelvo a calzarme mis viejos zapatos para continuar con la marcha diaria. Cuando me levanto, tus ojos me exploran con el mismo grado de explosión que una mezcla de hidrocarburos capaz de consumir con fuego, el papel grabado con tus palabras que sueles pegar en el perchero. Al pasar por la puerta hacia la calle, me encuentro buscando los objetos que te rodean simultáneamente por los distintos lugares que transita mi rutina. Sería como creer que las partículas que te conforman existen a la vez en mi vida, superpuestas en diferentes situaciones al mismo tiempo. Así, salgo por la ciudad dormitorio postulando percepciones captadas valiéndome de los sentidos del universo concreto que me rodea. En mitad de la calle, en esa pequeña extensión del universo, es el momento exacto en el que deseo ver tu camiseta desintegrada, aquella que dejas sobre la cama, en ese estado delimitado y evidente. Sin embargo, al reducir el paquete de tus ondas descubierto en pequeños jirones de tu camiseta, advierto una gran adherencia a tu universo por un intenso mecanismo de fricción, "la aparición de tu rostro en la multitud; pétalos en una rama oscura y húmeda.".