"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"

"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"
S. Choabert

viernes, 30 de septiembre de 2011

Concurso de octubre de Mª Jesús de Paradela


Los dedos sobre el papel van en autostop hacia tu playa, esa en la que te pintabas los labios con un rojo intenso y sin percatarte de como sucedía, acababas con todo el cuerpo cubierto de manchas rojas y una manifiesta pirexia esencial con las mucosas inflamadas. Será que la admirable calidad visual de las palabras al compararte con El séptimo sello, inspira el sentido pictórico del verbo al transformase en un lenguaje cinematográfico. Como si de una aguja magnética se tratara accionada por la piedra de aquel imán, festoneaba su lencería, los viajes y hasta el carro de la compra cuando la acompañaba, adornando el enigma que no tiene arreglo.


Y así gastó cartas sin ortografía entre el desorden de las canas y la pelonía que llega de las crónicas a que se refieren las maquetas que exponía en las ventanas de su casa. Entre leyendas y poemas, entorno al fuego y cada vez más cerca de los ambiguos ojos negros, desde la bancada de madera escuchaba el amor sagrado del ofrecimiento sanador, declamado y lanzado del carbón de las palabras, después de que el mar invadiera la costa en el que estaba situado el gran bosque de las emociones. Solo el descenso del vidrio que la contenía por la transgresión de las corrientes marinas se acumulaban en medio de la tribuna de autoridades. Frente al fuego mantenía viva la memoria aparte de continuar infiriendo sin perder el hilo de soga y a tizón. Sin permiso trataba de reivindicar una inusual libertad de expresión en aquel espacio, desprovisto del beneplácito de la conciencia y el reparo.


lunes, 26 de septiembre de 2011

Perdón

Perdón

Después de la negación del viático a fondo perdido llegó el momento de una descomposición fingida de la carne, a modo de una segunda fermentación a su madurez. A la esencia de su mente añadió licor de tiraje para provocar espuma blanca procedente del mar en aquel olvido ajustado a los viejos rencores. A pesar de que la localización de esa especie de hipogeo cerebral estaba repleto de archivos ocultos tras cenizas, logró hallar un sibil donde conservar fresca la carne del dolor y de la razón. Aquel cara a cara con un hombre condenado por asesinato solo contribuía a responder algunas de las preguntas que siempre se había formulado: ¿por qué quitaron la vida a su padre? ¿cómo podía vivir con un asesinato en su espalda? ¿qué argumentos se otorgó para destrozar la vida de su madre, la de sus hermanos y la de toda su familia? Recabó momentos perfectos para cubrirse con el último capote visionando una finalidad clara: amordazar los zollipos del castigo que él le impuso. Ella fue la única que se alejó del odio exacerbado, dispersando las justificaciones en múltiples direcciones y escuchando frente a frente a otra persona que era responsable y había participado en el  asesinato de inocentes. Tras hora y media de reunión, él le extendió la mano y ella no supo que hacer.




Voy perdiendo la memoria
y olvidando todas las palabras...
Ya no recuerdo bien...
Voy olvidando... olvidando... olvidando...
pero quiero que la última palabra,
la última palabra, pegadiza y terca,
que recuerde al morir
sea ésta: Perdón



León Felipe

sábado, 24 de septiembre de 2011

Otoño soñado



Y así te leo, mientras me haces sentir el inicio del otoño como el callejón de los milagros donde comienzo sentada sobre una triste silla y de repente me descubro bajo una sombrilla, un foco y afianzada contra el gran sillón de un salón de belleza. En el otoño que tú me describes, la pericia está empaquetada en la habilidad de la gracia y la destreza que se canjea por el ombligo de un esteta al desprender la fragancia de esas espléndidas palabras que mi mente señera desea advertir. Ingreso en tu muestrario como si mis entrañas anestesiadas quedaran insensibilizadas por el dormitivo que tus palabras otoñales procuran a mi voluntad. Tal como el grand maître des cérémonies cuadrado en la pista del circo, anuncias que en el arco iris aún quedan sillas de brazos para apoyar las articulaciones con las que ordenar los movimientos de mis piernas. Entre los restos fósiles silúricos de tus palabras, este otoño juro en falso que agotaré el agua de regadío que precisas para mantener la tierra en la que se sanea y orea tu aval acreditativo. Tu sensatez descolla como el campanario sobre la admonición severa: deja de hacer caso a tu intuición de este modo conseguirás ajustar la prevención que tienes contra mi. Con el brillo de tus ojos de azul cobalto de fondo, entablo un tratamiento hidroterapeutico en rústica con cinco tomos de colección encuadernados en papel absorbente para reconocer, que en el otoño la naturaleza madura haciendo desmoronar la juventud, pasando a su lado mientras la miramos sin poder hacer nada. Ahora bien, solo trataré de no disipar la noche utilizando la desnudez decorativa de tus palabras.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Bolero


                                                                      Agustín Lara




De todas las cicatrices que marcaban el torso y los brazos, el estigma que dejó en su cara la herida de un affaire con alguna de las abundantes mujeres que pasaron por su vida, le acomplejó durante el resto de los años. Nunca quedó claro si la herida había sido causada por un proxeneta o por una dama enfurecida. Ese distintivo comportó la encarnación del tiempo de experiencias pretéritas, ocurrido con anterioridad al presente y a la vez, se considera el umbral de la divisa novelera en cuanto a su persona. Mientras tanto su música sonaba en todos los espacios y recintos públicos y noctívagos. Después de varios divorcios, una noche de Reyes compuso sobre la tapa de una caja de zapatos Mujer: "Mujer, mujer divina, tienes el veneno que fascina en tu mirar. Mujer alabastrina, tienes vibración de sonatina pasional, tienes el perfume de un naranjo en flor, el altivo porte de una majestad. sabes de los filtros que hay en el amor, tienes el hechizo de la liviandad. La divina magia de un atardecer, y la maravilla de la inspiración.Tienes en el ritmo de tu ser, todo el palpitar de una canción. eres la razón de mi existir, mujer". Al mismo tiempo que escribía esta canción con la mano derecha, su mano izquierda concebía el movimiento de los dedos deslizandose sobre las teclas de un piano y sus pies fijaban el ritmo de la partitura. En sus canciones debía concentrar en tres minutos toda su poesía, las caricias y el atractivo misterio que causaba en las féminas, comprometiendose a volver a transformar el bolero, ciñendo el cerco y el destinatario de sus Noches de Ronda, la mujer común. Su vida transcurrió bebiendo de copas llenas de champaña con el dedo meñique en alto, haciendo de su médula la afectación y el melindre en su falta de naturalidad al tocar el amor y la pasión.



sábado, 17 de septiembre de 2011

Pueblo de acogida



En esa hora en la que solo pertenecía a su jurisdicción, dejandose llevar por sus pies a la vez que comprimía las calles tersas como orillas del Mediterráneo, espiaba sin retribución alguna, todos los portones que vislumbraba parte del zaguán, ventanas con tiestos acicalados de geranios, cantinas, pequeñas plazas, fachadas con diminutas vidrieras de colores y entonces, cobraba vida los momentos de su estancia en el norte. Regresaba al río del norte con celajes de navío que la escoltaban, mientras que al final de aquella calle las nubosidad presagiaba la llegada del otoño. Al llegar a la plaza mayor en la que el sol daba de lleno a esas horas, olvidaba el túnel del tiempo para acodarse en alguna de las murallas del baluarte de este pueblo que la había acogido como un vástago para echar raíces. Y así de manera imprecisa, fue aprendiendo a compartir la realidad que se reflejaba en sus ojos, a pesar de que aprendió a mirar en el norte y aquella lejana visión era el referente de su ideal de vida. Con pequeñas rendiciones sin llegar del todo a languidecer como aquel monigote que encontró en un contenedor, el bosquejo de la futura planta en la que se había convertido permanecía a voluntad de los donativos que la gente de aquella localidad le habían proporcionado. Porque hay ocasiones en las que el lobo aparece pero ha de enmudecer su tristeza y silenciar el bramido colérico al olisquear la sangre de las rodillas desolladas, localizando vocales curativas y reconstituyentes en otras yemas de la nueva tierra que intercepta y a la vez, graba parte de las conversaciones que escucha en cada fisura que atiende cuidadosamente.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Bolsa de trabajo

Man Ray
                                                                       
Antes de firmar leyó el tipo de contrato que tenía entre las manos, por tiempo indeterminado con período de prueba y, a continuación escuchó: "con el único fin de verificar que cumples con los requisitos y conocimientos necesarios para desarrollar el trabajo que se precisa". Sus funciones eran claras: debía registrar en distintas notas clasificando los pedidos de los clientes así como agruparlos y ordenarlos. Agrupar las facturas por días y semanas, catalogandolas y discriminándolas por producto. Contar los productos vendidos por días y semanas. Realizar una lista de los productos más vendidos durante el día y las semanas, elaborando una estadística con los productos más vendidos. Las palabras de bienvenida de su jefe fueron claras, "La idea consiste en saber transmitir a todos que eres el responsable de lo que suceda aquí; solo que hay personas que son más responsables que tú. Y en cualquier caso, debes asumir la idea de intentar solucionar de alguna manera el problema". Y ahora, una vez más tocaba sobrevivir y albergar el mensaje de valía con la capacidad suficiente de afrontar el reto y las consecuencias de sus hechos. Con puntas de sal propaga los ajustes precisos para desarrollar sus habilidades buscando despegar, afianzando con que iniciar su progreso. Las dudas se asientan en los primeras filas de la sala y entonces, solo rastreas el modo de despachar a los clientes con simpatía, administrando los tratamientos de cortesía con todo aquel que se acerque a preguntar. Conocer de antemano qué se esperaba de ella añadía algún compromiso por su parte: puntualidad, evitar conflictos con los compañeros, implicarse en su tarea, alejando los tres males principales del trabajo: la apatía en el esfuerzo, el vicio y la mala costumbre de obrar incorrectamente y la obligación de ocuparse.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Escribir por demás

Jean Harlow
La condición de estas palabras podría ser tener la boca y los ojos cerrados así como las manos apasionadas para expresar con diferentes términos las emociones de una mujer, mientras se guía por el tacto en la oscuridad buscando una linterna a la vez que tira para resolver algunas de sus incertidumbres. Al levantarse bien de mañana para aprovechar el día, batanea el cabecero de la cama como si golpeara todas las mujeres que pernoctan en su cogollo. Esos golpes cargados de desaire, afean todas las víctimas que caen del wagon-lit. Como quiera que sea, ella aún adormecida se percibe orquestada y dirigida por todas las respuestas a las que reacciona frente a los estímulos aprendidos: preparar el desayuno para los niños, llevarlos al colegio, recoger a los compañeros para viajar hasta el trabajo, cumplir los objetivos planteados, realizar la compra, visitar a su madre, disponer todo para el día siguiente. Solo hay momentos en los que enroma ciertas aristas obtusas con el estímulo de algún licor, convergiendo con esa contestación marginal que emerge como la nota de un escrito. Remotamente considerado, un mensajero de simpatías se muestra por esos caminos de diligentes hormigas concurridos por zorros, mientras sospecha la acomodación de sus ojos a la oscuridad de otro cuerpo solícito y presto para atracar determinadas necesidades que por lo general desatendía. Entre las respuestas adquiridas ha arrumbado los gemidos que la conmueve, aunque en ocasiones frena más la comprensión del propio hecho que la esencial incomunicación del muro. Al llegar la noche, le priva sacar el caramillo que ella misma frabricó con un caña y libar el licor de algunas de las bebidas espirituosas elaboradas en su propia casa, será que el mundo es imaginario.

martes, 6 de septiembre de 2011

Traje a medida



Tras seis días de terminar las rebajas y una vez que mi adiestramiento comercial se habituó a la disminución del precio que pagué por tu orgullo, de nuevo repito el mareo de encontrarme frente al banco de agua de tu figura con la boca líquida mientras un catavinos prueba una pequeña porción. Y ahora mencionas que careces de trapos rendidos, obligándome a entregar pequeños sacrificios mientras me dejo vencer por algunos de tus vicios: ir de compras. Me conseguiste la falda voluminosa a media pierna, te quitaste el traje de pantalón ancho, te despojaste del jersey de punto grueso de color azul, me procuraste el vestido de lunares, la chaqueta de cuadros, la falda de colegiala. Entre tanto, continuas llorando derramando lágrimas de orujo, sintiendo profundamente como te complace esta situación, jadeando a modo de aspirador para succionar el último vestigio del crucero por el Caribe donde lucirte ante los demás. A larga distancia te observo detrás del visor de mi vieja cámara fotográfica con la que desenterré imágenes de cruzadas en pro de tu pequeño fin, con anterioridad a que mis ojos encomendaran el desmayo de acechar la desolación de tu inexistencia. Y después de aquel contratiempo, aprendí a quererme. En medio de chistes, choques, ocurrencias, adversidades e impactos aparecí repentinamente tomando conciencia de la realidad, más cerca de las radiaciones ultravioletas que envejecen  mi tegumento cutáneo. Y al final, para terminar deseando dos dedos de tus labios y el repicar del índice y el corazón sobre las castañuelas de tu risa, ¿será que mi espíritu celeste se acicala en un traje de Brioni?

viernes, 2 de septiembre de 2011

Rodeada de libros

Fotografía de Mª Jesús de Paradela

Desde pequeña sintió un gran interés por el cuarto rodeado de libros en el que sus padres permanecían momentos dilatados, en el tiempo que la perpetuidad casi incesante al igual que una fuente, emanaba de aquel lugar. Durante las mañanas del mes de agosto como una maitinada, al pasar delante de la biblioteca encontraba a su padre leyendo junto a la ventana realizando tal acto a modo de una ceremonia solemne. Y mientras ella observaba la posición del cuerpo de su padre sobre el sillón, la abstracción que reflejaba aquella cara prescindiendo de la realidad exterior, se demandaba e interrogaba a sí misma acerca de aquel embebecimiento que entretenía a su padre y le apartaba de toda su atención. A medida que fue creciendo, aumentó el mérito que su padre le hizo llegar a través de aquellos pequeños mensajes. Con el paso de los años, después de ir y venir por muchas ciudades y asimilar su emplazamiento, acabó convencida de que en efecto vivía rodeada de libros. Todo lo que los libros le expresaban durante la jornada, eran las palabras que su padre cimentó acerca de aquello que no le pudo manifestar, pero en la oscuridad de su imaginación las palabras de los libros, se convertían en una pica con el que el pez mordía el anzuelo de la verdadera fantasía.

Por increíble que parezca, muy pronto, quizá entre los siete y los nueve años, leí en serio de la biblioteca paterna dos libros a los que vaya una a saber por qué sigo recordando como importantes para mí: La vida de Jesús, de J.-E. Renan, y La vida de las hormigas, de Maurice Maeterlinck, libros que, según mi padre, estaban en el índice de los prohibidos por la Iglesia".

jueves, 1 de septiembre de 2011

Risa ruidosa







Con un verso sobrio y escueto, ignorando la Retórica de Aristóteles pero sin obviar la definición "más vale un verosímil imposible, que un posible inverosímil", él planteó uno de los últimos deseos como una dolorosa contracción asumiendo el compromiso. Solo tendría que sentarse, como tantas veces había hecho, en el reborde de plata y esperar a que pasara, organizando todo el episodio de su victoria para evitar la paralización que le causaba la vergüenza de que ella tuviera una aventura con otro hombre. Sería que ese poema también sostiene una vida independiente del poeta y del sexo del poeta, como afirmaba Octavio Paz. La magnitud de la humillación le hacía sentir como esos extraños maridos a los que les provoca y apasiona la idea de sentirse amarrados, silenciados y aislados con un llavín de escritorio en un armario pequeño entretanto ella se adentraba en la cueva de la parapsicología. Nadie le había llegado a obsesionar de ese modo, comprendiendo que debería hacer algo para persuadirla sutilmente. El mayor designio al que obedecía su integridad era poder despreciarla y calcular el modo de librarse de ella. Mientras, aparecían ciertos síntomas de vigorexia o tal vez, lo que halló fue un trastorno insistente alterando su aspecto físico con el que recobrar el ajuste necesario de su esquema corporal. En cambio ella prolongaba su hilaridad ruidosa en cada salutación familiar, era como si hiciera escarnio de su persona por puro placer. Ciertamente, ella premiaba todo el  esfuerzo que él hacía por vilipendiarla, engurruñando sus notas y haciendo caso omiso de sus palabras, a la vez que le inducía, le apaciguaba, de lo contrario habría sido un modo de comunicarse con él y solo buscaba pulir la apatía por apartarle de su vida.