"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"

"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"
S. Choabert

viernes, 29 de marzo de 2013

Leer el río



Los días de lluvia con luz intermitente, son los mejores para la pesca, ciertamente -copio esta palabra tuya-, cuando amaina la llovizna capto la risa del aire y del movimiento de los árboles. Observo la corriente del agua intentando poner en claro qué sucede en el fondo del lecho y entonces aparece la risueña insolencia de una bola de ramitas secas que se mueve con descaro por la orilla, con la soberbia de conocer bien el río y con el engreimiento de arrojarse a favor del viento sin temer el choque sobre el terreno fragoso y el arañazo áspero de las piedras. Allí, escudada con el impermeable y protegida por la caña de pescar, meriendo sin saber qué mastico acompañada por un trago de vino, mientras reconozco como otros pescadores remueven el agua con cebos vivos a la espera de que los peces aturdidos hagan más rápida su picada despojándoles, con gran tirantez, del éxtasis de todos sus sentidos. De nuevo la lluvia pone algo de clarividencia en el río de pescadores y, contribuye a que el destello del día deslice el engaño de los mansos y dóciles apresadores de peces flacos.

Se tumban en la hoja de papel
como los perros viejos,
y obedecen y lamen
la mano encadenada de su amo.
Pero el amor jamás nos ha pedido
las leyes que le damos.
No precisa el amor sobrevivir,
siempre busca los gramos
más mortales del cuerpo.
El manjar del amor
no necesita versos.

Pere Rovira

jueves, 28 de marzo de 2013

El haz de una tuerca


Cada una de las seis caras de la pequeña tuerca que sujetaban sus dedos, forzaba un estado particular de aquella nebulosa que aparecía como realidad. Sin llegar a saber de qué forma sucedía fue desenmascarando las imágenes que escondían distintos espacios semejantes a los que se desarrollaban en un mismo tiempo. Y mirando con detenimiento una de las superficies de la tuerca pudo alcanzar a ver de qué modo sus ojos nunca llegaron a encontrarse, rebasando a dos metros el primer encuentro que en ningún momento se  produjo. En otro plano, lentamente entraba en su cama y la abrazaba hasta reparar la tensión de su cuerpo. Un horizonte más desveló la extraña imagen en la que él se desplomaba precipitadamente en el suelo de su dormitorio de tal forma que la confluencia entre ambos no se abordó. Otro universo acrecentó y ambos se encontraron en la sala medio vacía y oscura de un cine, cada uno sentado en una fila diferente, contemplando la misma película sin creer la ficción que la cinta transmitía. La amplitud de la siguiente escena exhibía como el tiempo había negado todo lo que ellos dos sabían, de qué manera se habían dejado para jamás tropezar en alguna orilla. Del último esbozo aplastado de la pieza metálica apuntó el mundo en el que estaba decidido a respirar hasta que todo terminara y del que no siempre pensaba buscando otro lugar donde quedarse dormido.


-Pero ¿quiere decir usted, señor - dijo Peter - que podría haber otros mundos, aquí mismo, a la vuelta de la esquina, como éste? ... -Nada es más probable -dijo el profesor mientras hablaba para si mismo-. Me pregunto qué les enseñaran en las escuelas.
C.S.Lewis. El león, la bruja y el armario

domingo, 24 de marzo de 2013

La vieja metrópoli


Al llegar a la villa miseria descubrió, sin excepción, que ingresaban mucho más dinero por todo lo que era de color negro que por lo que tenía distintas gradaciones en otros tonos. La naturaleza muerta arquitectónica atrajo la silenciosa mirada de la pequeña espectadora. Así registró en su cedulario: estaciones de tren desiertas, consultorios de dentistas despejados, teatros abandonados, polígonos industriales deshabitados, oficinas desoladas, bibliotecas baldías, piscinas desamparadas, colegios desocupados, fábricas infecundas que hacía más dura la vida, tal como coger un cigarrillo entre los dedos después de cinco años sin fumar. El harinoso aspecto de la ciudad contrastaba con el rigor mortis de la inmensa mayoría de almas que vagaban por las calles huyendo de su  futuro truncado. Aquella ciudad de color negro había dejado de crecer desde hacía mucho tiempo lo que engendró graves problemas. El artilugio público y estatal quedó desabastecido sin prestar los servicios que se le presuponían al perderse los contribuyentes que costeaban con sus tributos las exigencias y obligaciones. Las imágenes pornográficas de la desdeñada ciudad avergonzaban a sus habitantes pero ningún político movió un dedo para evitar las ruinas del hermoso capitolio. Las urbes como las personas, nacen, crecen y se mueren.

sábado, 16 de marzo de 2013

Tesoro del fondo del mar


Con voz baja y disimulo, removía el terreno en construcción del fango del mar para incoar los primeros trámites de la recogida de la chatarra que guardaba de él, mientras el movimiento de los contenedores reforzaba la escollera contra el propio oleaje. Como una vieja draga, instalada en el muelle, descubrió las primeras piezas del antiguo tesoro que ocultaban los restos de pecios del remoto navío en el que se fragmentó aquella embarcación. Y poco a poco comenzó a recuperar pesadas balas con las que preparaba los cañones disponiendo la munición precisa para cargar sus armas de fuego, el candelabro de cuatro brazos que ardía durante las noches de amor, las campanas que celebraban con alegría sus confluencias y acercamientos. Continuó colmando el cofre del que rescataba los deslucidos objetos que palpitaban encendidos desde la parte más profunda del agua: el ancla con el que se sujetaron a la nao en la zona más firme y segura, la vasija en la que conservaron la fuente de su amor, los anteojos con los que formaban las imágenes del abismo que había entre su cielo y el mar, el reloj que dejó de medir sus días, horas y minutos, las hebillas que sujetaban y abrochaban sus manos entre sí hasta el botón que más tarde cada uno encontró en el pudding de Navidad. Con ese pedacito de eternidad mantuvo el suspiro de un beso.

sábado, 9 de marzo de 2013

Lecciones callejeras

Desde los charcos de la lluvia de estos días, me gustaría barrer hacia el interior hasta pender el tiempo del presente continuo y olvidar el paraguas exactamente en la plusmarca deportiva donde las barreras físicas del parque suponen un arranque de servicio y generosidad. El marchamo de plasma que el barrendero encuentra en el improvisado terreno arbolado, se evidencia en la libreta mojada y en la mezcla de la tinta extendida en las hojas que recogió del suelo. No vaciló al empujar el cuaderno con el recogedor mientras el catedrático continuaba subido en la espontánea grada verde desde el cual ofrecía la doctrina como garante de una sociedad justa, democrática y avanzada. Durante el ajuste de recortes, desprestigio y ataques que sufre el  paraninfo de los actos académicos, el carro de la limpieza del basurero arrastra el casquijo que el viejo reloj de arena retenía, al que ya hace tiempo se rompió el bulbo de cristal. El catedrático no sabe cuanto de todo le queda por delante pero sin duda, siente el compromiso de construir y organizar la lección para no destruir aún más lo conseguido.

La Uni en la calle


lunes, 4 de marzo de 2013

Vía pecuaria


A mil metros de altitud, recorro kilómetros de amojonamiento por distintas vías pecuarias de reciente creación y, en uno de los abrevaderos encontré una señal con palabras que resultaban muy conocidas. Con sorpresa, miré a lo lejos, estaba convencida de que ya no perdías el tiempo escribiendo pala-brasca de amor. Tu canto monódico persiste en el aire, respiro el fragmento tenso de tu ópera al llegar al antiguo puerto real y antes de que comience a llover, corroboro que en ciertos momentos carentes de compañía aún me piensas. Y entre las piedras de lo cordeles, sin dejar de preguntar, continúas escribiendo para mi, con el deseo de que los demás te lean por las veredas de carne. Para ellos manchas de tinta la pantalla pero es en mí en quien piensas y aunque cierres tu boca y tu corazón, sientes que estoy mirando y oyendo caer tus gotas en la tierra.

sábado, 2 de marzo de 2013

Mensaje en una botella

Últimamente, cada vez que me sumerjo en estas aguas, tengo la sensación de que al salir a la orilla, el brillo de una botella me deslumbra orientando mis pasos hacia ese objeto encontrando en su interior un mensaje escrito. La sorpresa está garantizada. Me he acostumbrado a esperar hasta llegar a casa para leer los mensajes secretos, porque las botellas suelen tener el tapón de corcho cerrado con cera caliente. Hay mensajes, escritos en pauta, encarnando palabras que pronuncian saludos como fórmulas de cortesía, otros guardan ropa interior en el que ruegan auxilio y ayuda como necesidad. Pero la inmensa mayoría de las pequeñas glosas que proceden en innumerables riberas, son las cartas de un navegante donde el manuscrito de sus ideas y efectos causan el propio deseo de comunicación. Entre los suspiros del telegrama, lo que verdaderamente provoca emoción es leer las letras que alguien firma avivando el latido de la botella ante el significado de lo que transborda. Será que la verdadera descarga del recado acristalado trata de iluminar la zona eclipsada del templo íntimo hasta rendir culto a los demás para abrirse al mundo exterior.