"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"

"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"
S. Choabert

lunes, 28 de julio de 2014

"Masaje al corazón"


"Girl with a cat", de Balthus
"Me pagas con palabras". Su compromiso se escurrió por mi boca como un azucarillo con aguardiente, ésa era tu condición. Desplegada en la mesa de masajes, el espíritu etéreo de la vieja canción del verano se asentó en el lugar más disparatado de la dialéctica como un buque en una playa de Blangladesh, sobre las limaduras que desprende el desguazado de la embarcación. La sábana que cubría la camilla mediaba como una aspiradora capaz de atraer todos los aromas que mi  memoria es capaz de conservar. Sus manos guardaban la vacuna contra la desavenencia de la espalda, el cuello y los hombros, con movimientos largos y suaves logrando abrir y dispersar la caja de sensaciones que guarda la piel al contacto. Con sus tenacillas oleaginosas, se apoderaba de mis pesadillas y delirios, que se resisten a la suerte sin una finalidad determinada solo por el mero placer de sentir las huellas hasta transformar el efecto táctil de las vibrisas que esconden tus dedos por imágenes apalabradas. Abro los ojos y antes de levantarme de la mesa dejo de anotar palabras a modo de calambur. ¡No sé si tú tendrás algo que ver con ésto!

sábado, 19 de julio de 2014

Crema helada


Comiendo un helado a la sombra del sol seco, clavo la cuchara en la esponjosa densidad del dulce postre que habías colocado sobre la bandeja azul de la mesa. Lo como despacio, sentada en el suelo, con la claridad y seguridad de que lo habías dejado para mi, porque ¿qué puede hacer esta golosina fugaz y momentánea tan somera ante la dureza climatológica? permanecer creyendo. Me refocilo entre la frescura y la suavidad densa del rico contenido cremoso. Como un turista que se arrincona en una esquina para observar el ritmo de la misteriosa ciudad que visita, me quedo pensando que si alguien deja aguamiel en un ribete de la terraza es un campo de cruces para los caprichos sin razón. Y yo lo devoré sin remordimiento, sin conciencia de que habrías reservado para ti el caramelo arcano tan dulce y frío.


Te fuiste
y no alcancé
a terminar de amarte.

Ana María Vilchez

martes, 15 de julio de 2014

Despierta


Acudí a la primera fiesta del verano rodeada de peonías, lavandas, hostas y gauras, vergel que auguraba una grata velada. Lejos de estar en una isla desierta, la terraza atestada necesitaba a la gente para resplandecer ante las viviendas colindantes. Me acerqué a la mesa de las croquetas donde todas las sillas plegables y los sillones viejos estaban ocupados, optando por beber de pie apoyada en el photocoll Summertime. Y ahí fue como inesperadamente me encontré con una mano en mi trasero. Me giré para bramar desencajada sobre su cara cuando en ese momento otro chico se le abrazó gimoteando, llorando sin fuerza.  Pobre, es buena persona, pensé. Tal vez nuestros brazos necesitan ciertos espacios para poder dinamitar el dolor de los demás, proporcionando un conductor eléctrico como los hilos de cobre, por los que caminar sin zapatos. Poco a poco sentía arder las nalgas a la manera en que alguien apaga un cigarrillo en un cenicero. Reparé en mi rostro incandescente al acercarme a la puerta de cristales a la que progresivamente me iban empujando los demás, cuando esa misma mano me sujetó por la cintura para atraerme hacia un cuerpo compacto para salir en las fotos. Todo aquello me empezaba a molestar, sin darme cuenta me veía atrapada entre la multitud, por alguien que me sobaba y manejaba a su capricho. Como un revuelo de hojas secas, sus dedos hélices no dejaban de provocar una sensación de nerviosismo y cierta atracción en mi sima. Eché una mirada de reojo apoyada en las rayas oblicuas de mi vestido, intentando encubrir el trozo atrayente que mostraba aquel bocado. En medio de aquella locura, imitando una larga caminata nocturna, mis sandalias de cuña seguían a pie juntillas las piernas que me encaminaban a los sensaciones más triviales. Alguien me dijo al oído: bien, así es la cosa... espabila y termina el relato de una vez!!

Le planté la mano en el culo a él. Ahora lamento haberlo perdido así de golpe porque en su billetera sólo había 7.400 pesos de los viejos y más hubiera podido sacarle en un encuentro a solas. 
Luisa Valenzuela

jueves, 10 de julio de 2014

Este jueves Un relato: Reinas de grito

El Demiurgo de Hurlingham, en los relatos de los Jueves, propone editar y expresar sobre las Reinas del grito, víctimas de las películas de terror.

 Allí, en una confidencia, se congela la imagen de la chica rubia corriendo entre los árboles de un bosque en la noche más oscura y lluviosa. El guionista oculto creó un texto detallado donde las luces amarillas de la joven servirían como donante del amor callado e ignoto. El terror que desprende la chica jadea entre las malas hierbas que crecen en el boscaje para mantener viva la esperanza que precisa la pasión marcada en la carne fresca. El argumento de la película guarda lo peor de los días pasados: la protagonista nunca volverá a su casa, una vez cumplida su función, morirá. Sin preguntas ni dudas, sus órganos serán utilizados para calentar los brazos y piernas de sus beneficiarios humeantes. El siniestro hachero, con un hacha de abordaje, recorre tras las huellas recientes de la salpicadura del sudor juvenil, los pasos cautivos de la actriz. El pacto con el destino que ella acepta consiente que las sombras de la luna engullan lentamente su cuerpo hasta sentir la boca glacial de la intérprete.
La argumento adolecía de toda creatividad y originalidad que precisaba para atraer al espectador, después de trillar las calcadas secuencias de la cinta que tenía delante de sus ojos.

Pedimento amasado


Como si de un belvedere se tratase con un amplio panorama frente a los ojos, el santuario desarropaba las cortinas que encierran los deseos que encienden una vida. El lugar era curioso: extraordinarios ventanales que conservaban grandes mesas rodeadas de abundantes estanterías, repletas de jarrones, fruteros, platos, coches, casitas, figuras humanas... En la puerta de entrada, tallado en una pieza de cerámica, figuraba la inscripción: "Para trabajar el barro hay que tener el corazón en las manos". El cometido de este lugar era único: las personas acudían a este emplazamiento con la intención de pedir sus deseos empleando la arcilla como medio de hacer realidad su interés y pretensión. Toda ofrenda ampara un desquite para compensar la pérdida, de ahí que el lugar estuviera rebosante de símbolos y figuras mirando los sueños sin cumplir, los proyectos sin imaginación y las ambiciones frágiles. El altar ofrecía todas las privaciones de los visitantes, ensalzan las dádivas con respeto a la madre Tierra, al utilizar la tierra y el agua como materiales básicos para concretar voluntades. Mientras, los turistas asistían a un fragmento de la ilusión de los demás pidiendo a través de las piezas.
La pregunta es: ¿Qué deseo profundo e íntimo moldearíais con barro?

viernes, 4 de julio de 2014

Este jueves un relato: Momento especial


El anfitrión de los jueveros de esta semana, Pepe, nos invita a desgranar y recrear momentos especiales.

Sobre una tabla grande y gruesa de surf puse el mar a mis pies. Encontré uno de los momentos más especiales para aprender a soportar la melodía de las viejas canciones de amor mientras perdían el ritmo, estorbaban los acordes y desentonaban las armonías hasta sufrir la disonancia de los instrumentos. Dejé atrás las primeras prácticas en la espuma de las olas rotas sobre la plancha, aprendiendo a remar sin apoyar hombros y pecho, con la cabeza bien alta. Aún no sabía hacer paredes bordeando las olas, pero me sentía como una caja de semillas de Svalbard, capaz de guardar todas las semillas que personalizan la variedad de cultivos que un individuo puede desarrollar en sus relaciones y sentimientos. De cara a las olas, miraba cada una de las etiquetas engarzadas a las semillas, analizando lo que precisan para mantener su esencia: "Oscura es la noche del mundo sin ti amada mía, y apenas diviso el origen, apenas comprendo el idioma, con dificultades descifro las hojas de los eucaliptos". De soslayo, no descuidaba la ola destructora vigilando su espalda, expectante porque nadie sabe lo que es el mar. Pasado los primeros soplidos, había que marcar la orientación de la tabla, fijando cierta velocidad a la vez que aseguraba el cuerpo como un arco capaz de impulsarse como saetas veloces. Alzada en la plancha, el silencio y los escalones evidentes se elevan por las crestas de las olas allanando el canturreo de los sueños.