
Al llegar al pueblo, lo primero que hizo fue tocar la gran calabaza que colgaba del viejo árbol de la plaza, estaba en casa. "Al final sólo quedarán los que quepan sentados alrededor de un tambor". Debajo de la calabaza, cada momento tiene su lugar y, en aquel sitio, los tambores de bienvenida retumban con mucha fuerza, animando las emociones y ordenando los movimientos. El "pon, porrón, porrom" ensordece los pensamientos, logrando un efecto inconfundible: la llamada a la felicidad alcanza el fruto sanador que tanto desea. Desde bien pequeña había tenido la necesidad de verse a sí misma reflejada en las personas con las que convivía, hasta descubrir cómo pasaban los días mientras su cuerpo, poco a poco, se estiraba. Hoy la memoria dio vueltas alrededor del árbol al tiempo que las baquetas repicaban al compás de cada vibración.