
Tomó la decisión: no moriría de una marcha rápida, a nadie le había sucedido tan solo en una versión de las leyendas de Filípides. Prepararse para una carrera pedestre de 42,195 km es como estar a la sombra de un gran árbol por el que se cuelan los rayos de sol dando calor a distintas partes del cuerpo, pero sin llegar a sentirse completamente acalorada. Hacía tiempo que trasladaba la idea de participar en una carrera mayor de la que corría casi todos los días, sin importarle la lluvia, el frío o la niebla. Una noche perdurable, alguien cercano a ella le propuso conseguir un cupo para participar en una Maratón, todo un reto personal acreditando cualquier diminuto envanecimiento. Contaba con algo más de tres meses para ir aumentando los kilómetros en cada uno de sus entrenamientos, dedicando con ello más tiempo al ejercicio y al adiestramiento de su mente y sus piernas, así como una hidratación adecuada y una alimentación sana. Al llegar a la ciudad donde se celebraba y disfrutar de la locura de todos los participantes junto a la expectación del gran acontecimiento, apreció la emoción de conquistar un momento de orgullo y soberbia. Al colocarse en la zona de salida y escuchar la pistola bajo el sonido de la voz de Fran Sinatra, comenzó a correr, tragando con ansia la vida y recibiendo el movimiento de todas las personas que dejaba atrás. Poco a poco, los metros y kilómetros iban pasando ante sus ojos y después de tres horas, el cansancio, unido al agotamiento físico y mental, comenzó a afectarla haciendo mella en sus piernas, amenazando con no zanjar la carrera para la que se había estado preparando. Fue entonces cuando su mente se llenó de palabras del universo, llenas de sensaciones plenas, necesarias para mantener el nervio y la resistencia, imprescindibles hasta llegar a la meta. Tras algo más cuatro horas, ella encontró la máxima fluidez posible entre aquellas calles.