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Alan Gerardo Buenhombre |
Para llegar al hospital había que cruzar un puente con una característica muy llamativa, la base de sus pilares tenía forma de pico. Esa parte puntiaguda que sobresalía del apoyo de las columnas fue lo más destacado del río entendiendo que aquello que impactó en mis sentidos no fueron las palabras que leí en los carteles o las palabras que escuché a los que hablaban, sino el poder del espacio, de los colores, la textura y disposición en que están situados los elementos que contemplé. Intenté articular el espacio que circundaba el hospital deshilvanando los hilos que constituían el paisaje que lo moldeaba. A la izquierda del hospital asomaba un terreno extenso sin cultivar cubierto de espesura y matorrales, bañado por el caudal del río y de los residuos farmacológicos contenidos en sus aguas. Y a la derecha del establecimiento, un centro de acogida con sillas en la puerta donde solo un 10% eran mujeres. Antes de entrar en el hospital sopesé escribir algunos versos de alquitrán, deseando no perder el interés por anotar las archas para defenderme ni malograr los nudos que me atan a los demás. Ya instalada en la habitación descubrí con sorpresa que alguien andaba por los pasillos con mi atuendo, portando un aspecto extravagante. Sentí cierto temor al pensar que tal vez llegara a disfrazarse con mis pensamientos y que a la mañana siguiente al despertar se hubiesen esfumado todos, escabullendose disimuladamente. Al final, presentí cierta tranquilidad al considerar que mis trapos están desgastados por el roce y molidos como el trigo en la piedra, por tanto, decidí vendarme los ojos con un pañuelo verde pero los picos no resistieron el nudo.