Había momentos que encontraba salida a todo aquella angustia opresiva, donde la desorientación y la frustración de sus deseos se neutralizaban hasta bailar en su cabeza pequeñas esperanzas en las que confiaba por algún tiempo. Otros días solo suspiraba ante la idea de paralizar cada uno de sus órganos vitales hasta dejar de vivir, muriendo en el fondo del mar bajo el ancla de aquellas vivencias pasadas, especialmente dolorosas y traumáticas. Desde la escollera del puerto que veía por la ventana de su habitación, amaba la bravura del océano como la valentía que necesitaba ingerir para aplacar la decepción que se asentó tras un golpe de puntería contra su ánimo. Hacía tiempo que no distinguía su sombra del eclipse de los otros pero esta vez, la ausencia no le atormentaría. Salió temprano del estudio, se dirigió con paso decidido hacia los bloques de hormigón del dique de defensa deteniéndose en el borde frente al fuerte oleaje del mar. El mar salpicó de espuma su cara y camiseta. Para arrojarse solo tenía que dar un pequeño paso adelante, abrir los ojos y dejar la boca muda. Quería observar como todo se movía a su alrededor, instigándole a exhibir su coraje en presencia de la inmensidad del ponto. En su caída, una sandalia se enganchó entre los bloques de hormigón, sus piernas se quebraron como brotes de varas de hierro en la única explosión controlada. No pudo con su amor.
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