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Sandra Bartocha |
Ahora sonríe al escuchar la música de
misa mientras cose bañadores de mallas entrelazadas que
facilitan la natación en distintas aguas. Sin pinzas, tablas
y frunces comprueba la flexibilidad del elástico a la vista de la despreocupación que
siente frente a la apostilla del elastano, alejándose de los cantos de los pastores que
apacientan el ganado. Se mueve entre la regleta calibrada del
tartán de los escoceses rogando delante de la procesión alrededor
de los campos en mayo y, la tela de los muñecos antepasados que le protegen al
comienzo de una nueva aventura. El acerico se abre como un abanico de
palabras de colores prendidas en alfileres, dejando atrás los
versos sin aflojar el ritmo de la medida en los hilos filarmónicos especialmente enlazados entre sí. Con
esa credencial puntea y sobrehíla llevando a cabo sus desafíos con un
rompe y rasga desembarazada, donde encuentra la flexibilidad y ligereza que precisa en el horario
permitido. Sin abandonar el extrarradio, continua cosiendo con un papel
debajo de la tela para que el verbo establezca la proporción estirada
de un parche del atabal sintonizando con el crujido de los andares de la propia tela al rozarse entre sí.