
Ayer me acosté tarde y hoy me levanté a deshora. En ese fuera de tiempo me sentí como una adolescente que realiza parte de sus trabajos en horas en las que se infiere conclusiones erróneas, pretextando mi enfermedad como la nieve gris teñida de la ciudad con marcas de neumáticos. Será que soy una inmadura permanente, pues vivo en esa edad que sucede a la niñez y que transcurre hasta el pleno desarrollo, en tanto que se potencian mis actividades nocturnas, espabilando mis dedos al tomar la pluma durante ese tiempo. Así, recurro a lugares comunes sin explicar nada hasta resolver un pequeño espacio ocupado por un cuerpo cualquiera con el deseo de cambios radicales: cambiar el horario del ateneo. Tras descubrir el pasadizo, llego a un mundo que se crea en las páginas virtuales que leo, en los poetas que pronuncio y silabeo. Pero la prisa cotidiana arrastra el núcleo de aprendizaje y las noticias se escriben con tinta de reestructuración del mercado de trabajo, del despido más fácil y barato, del blanqueo de dinero en Belice y el Coliseo romano cubierto de nieve. Por un momento me detengo ante la lectura de las reglas y el código de circulación con toda desconsideración, ya se acabó el tiempo presente de retoques en los cuadros. Es el momento de cancelar las letras de la hipoteca, entretanto estrujo el papel limón para sacar el jugo del meollo olvidando la belleza de las palabras, distanciando las conductas y los hechos intachables, a la vez que ensalzo la carne con arrugas, las estrías y la celulitis.
# No eres la única adolescente.