Entró en el stand arrastrando los pies con cara de cosas álgidas mundanas y devorando un donut entre sus dedos. El aire acondicionado arrancó la flojedad de su aspecto, componiendo el semblante a la vez que remendaba la mirada al traspasar el mostrador para atender a los clientes. Poco a poco la zona amplia y diáfana del puesto de venta se llenó de ingleses, alemanes, franceses, suizos y belgas a los que fue recibiendo con sus dedos sucios y un cierto deleite en cada apretón de manos. Algunos de los visitantes especiales pasan a un rincón oxidado, apartadado tras un biombo donde visionan en una gran pantalla de plasma la correspondiente subida de la luz y el gas, las imágenes del madmaxismo (en honor a la película Mad Max) y del lonchafinismo "finas no, finísimas" para más tarde mantener conversaciones privadas con los futuros clientes. Los vídeos corporativos probaban todo lo que la empresa podía hacer por sus clientes y el vendedor de manos sucias remueve los hilos mientras recita todas las virtudes del negocio. En el expositor, la sonrisa permanente del corredor escenifica un refugio acogedor y generoso de metracrilato en el que transmitir solvencia y profesionalidad a los compradores. Y una vez que termina la jornada laboral, las luces del stand se apagan y aparece "un mundo de cosas frías y rígidos encuentros entre maniquíes vivientes, la luz extraterrestre con que empieza un domingo sin fin o el resplandor de unos rieles crepusculares: un camino sin principio ni fin, una calle de Manhattan entre este mundo y el otro".
Tienes toda la razón. La loncha cada vez es más fina en todos los sentidos. Vamos hacia ese momento en el que aunque todo siga a la venta ya no habrá comprador de nacionalidad alguna. Por no haber no habrá ni un triste donut caducado con el que aliviar el asunto. Un abrazo.
ResponderEliminarTu escenario me pone los pelos de punta, aunque no sé si lo he entendido bien.
ResponderEliminarUn beso
Jo!, me has recordado las ferias. He hecho muchas, y cubriendo varios stands. Básicamente se dividían en dos momentos: el almuerzo de medio día que consistía en un sándwich de plástico, y la cena. Cenas sin freno ni horarios..y qué mañanitas más malas las del día siguiente.
ResponderEliminarUn abrazo
Gente muy culta, aunque dudo que sepan apreciar la mercadería. Pienso en fiambres, porque no puedo ver la imagen, o quizá algo no capto del lenguaje "uropeo". Cosas frías y rígidas...ubssssssss...
ResponderEliminarPor mas que le doy vueltas no entiendo porqué coño el vendedor tiene las manos sucias, el muy guarro! jajaja
ResponderEliminarBesos y salud
Pues yo prefiero el lonchafinismo a un donuts que me pringue las manos...
ResponderEliminarPanem et circus.
ResponderEliminarA eso se reduce el "mercadeo".
Todo es fingido, todo es artificial.
Que mundo, èse.
Un abrazo.
Cuanta frialdad, si no llega a ser por ese donut...
ResponderEliminarUn abrazo.
Ese gran y gratuito circo de la vida se asemeja a ese donuts; una parte brillante y dulce, pero en su centro... únicamente un gran vacio.
ResponderEliminarSaludos
Pues sí, la verdad es que todo resulta muy frío. Me ha gustado tu entrada. Como ya es verano por aquí, vengo a despedirme de ti hasta Septiembre. Un fuerte abrazo desde el blog de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea.
ResponderEliminarhttp://tertuliacofradecruzarborea.blogspot.com/
Uff. Es una metáfora terrorífica del mundo actual. Y casi podría decir que del cadalso...
ResponderEliminarMe llevaste a la China que hay en mi desesperación. Todos somos de hielo.
ResponderEliminarUn beso.
No he ido a muchas exposiciones, mundos frios y artificiales con un mercantilismo atroz, te venden hasta tu salvación y a la postre tu solo vas de miranda.
ResponderEliminarUn beso
Escalofriante este escenario donde convivimos todos manoseados por el lonchafinismo de las virtudes del negocio.
ResponderEliminarCuando quien mueve los hilos tiene las manos sucias, estamos perdidos en un cambalache en el que se puede comprar cualquier cosa, hasta la dignidad de las personas. Sería conveniente una seria reflexión antes de que nos convirtamos en esos frío maniquíes expuestos a la tenue luz crepuscular, antes de que perdamos todos el rumbo y nos dejemos domesticar.
Reconozco este blog, como mi blog favorito...precisamente por el calor que desprende tu aura, Esilleviana...mi primera amiga virtual. A ver si te acercas un día y me abduces, para llevarme a tu planeta de encinas y cerezos, de pizarras y enebros. Mientras tanto, te pienso...
Y para rematar tu relato, todos los de la feria de muestras están siendo observados -desde fuera del recinto acristalado- por una muchedumbre incrédula y prepotente.
ResponderEliminarDuro relato
dos abrazos
mercado y soledad
ResponderEliminarabrazos*
no es ni más ni menos que la misma forma de vivir que adopta mucha gente. Estar en la vidriera parece ser atrapante, cueste lo que cueste
ResponderEliminarbesos!!
Expuestos al capricho del cliente o al ojo del observante
ResponderEliminarBesos
Que mas da querida Esi, algunos llevamos toda la vida a dieta sin adelgazar un gramo, a ver si ahora con la crisis por fin lo conseguimos, y si no con un tiro en la frente se soluciona, mejor así que morir de inanición. Un abrazo.
ResponderEliminarEn uno u otro escenario, siempre hay un espacio para el famoso "deme 2", sus actores se renuevan, sus diálogos se dan en idiomas extraños y sus gestos bien pueden ser muecas, pero la esencia no se modifica.
ResponderEliminarAl masticar los maniquíes y repoblar la hierba, siempre hay un eremita que te advierte de que la castración de los expositores es resultado vano de los rieles crepusculares a los que aludes. Ojalá la levedad aparezca pronto. Para atiborrar a la redención de refugios y de biombos.
ResponderEliminarEn un bar así, de un aeropuerto, dormí una noche, esperando por un vuelo.
ResponderEliminarBesitos, Esi