"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"

"¿Quién no habla de un asunto muy importante, muriendo de costumbre y llorando de oído?"
S. Choabert

domingo, 28 de abril de 2013

Postureo


La sentencia era firme: "juegas a ser lo que no eres o al menos a hacer cosas que esperan un reconocimiento". Todo empezó cuando estrenó una nueva costumbre, la de visitar sitios de moda solo para dejarse ver colgando post con palabras y fotos que le gustaban, abriendo cuentas en diferentes redes sociales con la sonrisa más amplia y gastando los tacones más altos y los zapatos más incómodos. Sin normas que seguir, practicaba sobre todos los temas, asuntos y cuestiones, se consideraba un espíritu libre escribiendo acerca de todo lo que encontraba a su paso. Tenía un código propio donde la palabrería, difícil de entender, predominaba como el color rosa en Picasso puesto que estaba convencida de que la verdad nunca se sabe e incluso, se permitía deformar la realidad. No llegó a confirmar la clave pero se aproximó al asegurar que trataba de sorprender a las personas que admiraba, exteriorizando cuales eran los principios y razones en los que creía. Se acomodó a los sordos aplausos vaciados entre palabras y comentarios. Y mientras, buscaba frases de forma desclavadas y sueltas, de uso inusual al tiempo que auscultaba las cavidades de las palabras y enunciados. Pero para ella, todo era más sencillo de lo que simulaba: rebuscaba adentrarse en un lenguaje colorido, sin concierto, hallando la osadía necesaria para presentarse delante de los demás...


Primero se quedó acostado pensando durante –más o menos– unas cuatro horas en las tonterías que el azar lleva y trae: lo pasado que empata con lo presente, o que se deslinda: ¡a fuerzas!, tal vez, y luego, como a eso de las seis de la tarde, se le cerraron los ojos a ese que nunca se había dormido tan de cabeceo recio: por mor de una evasión llena de anécdotas casi infantiles. Durmió doce horas seguidas: ah. Salir de la casa amarilla para ir de nuevo a zamparse unas seis gorditas. Lo malo: no abrían tan temprano el restaurante típico.
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A la vista
por Daniel  Sada

lunes, 22 de abril de 2013

Soliloquio en un sobre

Creo que escuché el primer soliloquio que guardabas en un sobre, después de colgar la luna nueva en los brotes aventajados de la acacia ligada al canal. Terciaste las palabras a la espalda y soltaste: "supongo que el empuje de la imaginación es suficiente para reconstruir cualquier comunidad, aflojando la tirantez de las correas araneras para recalar en la sinceridad propia". Sin llegar a descarrilar, continuaste pensando en voz alta: "Admito mis propias manías, el entusiasmo de los parques y playas solitarias, la reserva de enfrentarse en un garaje repleto de coches, el lirismo de una pensión descuidada". Por estas líneas, mis ojos te miraban  con el dimorfismo de la sorpresa y el pavor, aún así prosigues: "Acepto las jaquecas, la pesadez del anochecer, el pánico de la división del tiempo en el almanaque y la ingratitud de los plazos en una duración mínima". Y como si tus palabras se multiplicaran, insistes: "Confío en las disculpas y evasivas, en los distintos argumentos e incluso en la ceguedad que ofusca la razón, llegando a la zona cercana de las leyendas, los cuentos hasta las falacias, pero nunca dejaré de creer en las puertas secretas que aguardan una mano, en el cuidado y atención del árbol genealógico y, en el modo de conducir la fuerza".

miércoles, 17 de abril de 2013

Juramento


La linterna apunta a tu cuerpo desgastado y desde ese límite destapo la placa conmemorativa: nunca supe si se trataba de tu paraíso o el mío, si pertenecía a tus deseos o los míos o si los desvaríos eran tuyos o míos.    Sobre la tela de tus aguas, entre el recuerdo, amanecen los visos de tus sueños dando color a las letras de ciertos sketch que  interpretabas magistralmente mientras la delicuescencia del trayecto se impregnaba en mi lencería a modo de puntilla. Ahora, desde la rosaleda híbrida de tu obra musical, el aire comprimido que despide el barco del destino de antiguas palabras, sopla enfriando la aleación de tu memoria mientras te dejas mecer por el viento de primavera. Y ante el postizo llanto desgarrador de la puerta hermética, se cierra  la inspiración secreta persiguiendo no arrugar la madrugada hasta tirarla al capacho del olvido. Después de todo, la contrariedad adversativa en la que se instalan mis sentimientos hace que se aposenten viejas ocasiones singulares desfiguradas en palabras arpías.



Duerme bajo mi voz arrugada.
He caminado tanto sobre tus emociones
mírame las llagas en los pies.
No busques parecidos con tus palpitaciones mundanas.
Te obsequio mi fatiga sácale el brillo.

Blanca Castellón

sábado, 13 de abril de 2013

¿Se puede?

Con la cabeza recién lavada y un turbante azul con un oscuro rizo húmedo pegado al cuello, terminó el último trago del primer café de esa mañana primaveral en la que recorrería uno de los barrios más opulentos y acomodados de su ciudad. Antes de cerrar la puerta del piso reparó en la misteriosa falena que encontró en el renvalso de la puerta, la agarró con cuidado como si de una barandilla se tratara para alejarla de aquel vasto mar. Al llegar al punto de partida cumplió con el primer requisito que les impusieron: con arreglo a la Ley de Seguridad ciudadana, dio a conocer su propia identidad junto a la desidia de su disposición. Peregrinando por aquellas calles extrañas entonó un macizo de lilas, dispuso y colocó carteles con botones rojos y verdes en fachadas, ventanas y portales además de compartir información con residentes mientras por momentos, apretaba el labio inferior como si estuviera afectada por el roce de semillas venenosas. Aparecieron en el lugar programado custodiado por la policía, como si de un albacea se tratara asegurándose de cumplir su última voluntad. Las cajas negras de  toda aquella operación examinaban con atención cada uno de los movimientos y palabras que los participantes-algas señalaban en el domicilio del personaje cuestionado. Después de leer en voz alta, cosiendo y recosiendo las demandas que los ciudadanos necesitaban, acabaron marchándose todos juntos.


"Hace tiempo que en esta partida alguien dio un puñetazo sobre la mesa, cambió las reglas y rompió la baraja. Y no fue la PAH. Al contrario, los antidesahucios no han empezado por los escraches, sino que antes de llegar hasta aquí han ido subiendo todos los escalones previos: confianza en el sistema (que los dejó tirados), denuncias en los juzgados (pero la ley hipotecaria los desamparaba judicialmente), peticiones a los gobernantes (oídos sordos), manifestaciones (ignoradas o reprimidas), paralización de desahucios (recibiendo a cambio más policía), recogida de firmas y presentación de una ILP, y ahora, después de consumir todos los cartuchos anteriores, el escrache".

domingo, 7 de abril de 2013

Ronquez


Hay días que mi lengua se turba de modo que no acierta a hablar y comienza a temblar. En esos días en los que se vuelve indomesticable y totalmente bravía, olvida la buena educación hasta adueñarse del aparato fonador, sometiendo a todos los órganos a su deseo e influencia. Los primeros en cambiar de cara son los mismos pulmones, postergando el intercambio gaseoso con la sangre. Poco a poco la sublevación se va elevando hasta la altura de la faringe, donde consigue alterar las medias lunas que constituyen el pequeño tejido elástico que facilita le emisión de mi voz. El motín va en aumento atracando los dos pliegues vocales a la vez que les priva de cualquier vibración deteriorando tanto los sonidos tonales como sonoros. Y desde el suelo de mi boca, el cono muscular emite una voz de color añil con flores rojizas en racimo, todavía sin fruto y con palabras incomprensibles para los demás. Esos momentos de alaridos como orugas encadenadas, la voz busca una nueva dirección a la vuelta del horizonte a fin de encontrar en la carraspera de mi garganta, el clamor de los latidos del corazón que suavicen y aclaren definitivamente mis gritos.

A veces los objetos hablan
y descubrimos que están vivos.
Pero algo tiene que iluminarlos.
La luz de medianoche
O un pensamiento.

Lyubomir Nikolov