Garras

El frío de principios de marzo había vuelto de donde partió, a pesar de que marzo era el mes de celo de la liebre y como tal, su conducta y comportamiento era tan inexplicable y absurda como una "liebre en marzo". Mientras paseaba la cena cerca del campo de fútbol, aprovechó para tirar la basura y al desviarse hacia la plaza se cruzó con ellos, un grupo de chicos y entre todos, allí se encontraba, bajo una gran campana de cristal, en el fanal por el que la luz servía de señal. Su amigo les presentó, en un gesto improvisado y espontáneo determinó de manera aproximada la apreciación de sus manos, forradas en un apretón de manos con la presión justa y rápida que ejercieron ambas. Fue entonces durante aquellos segundos cuando prestó atención a lo que decían percibiendo un sonido estridente, como el de ciertos insectos al hacer vibrar alguna parte de su cuerpo, notando el alivio entre tanto percibía sus cualidades que empezaban a manifestar un determinado esplendor. Vaciló si habría llegado a tiempo a aquel encuentro, rastreando cualquier indicio de agua en la Luna al cubrirse con  su calor de la intemperie. Lo cierto es que ella recibió la seguridad de una fortificación cercada y acorazada en la que ponerse a su cuidado y protección. Simuló tal deslumbre, fingiendo cual tramoyista la claridad lunar con bombillas azules, prolongando la dilación por más tiempo para que no se extinguiera. Durante aquel palpitar sin tregua y sin reposo, sus manos se adueñaron de ese cuerpo femenino acostumbrándolo a la compañía de su persona, malgastando sin mesura la excitación que recorría su mente, obligando a entregarse a su atracción, en ocasiones lucrandose cuanto más provecho obtenía, sometiendo su voluntad como un buen abogado.